Germaine Gómez Haro
Revista de la Universidad de México, Junio 2004
La pintura de Laura Hernández (Oaxaca, 1960) está marcada por la presencia de la dualidad. Sus atmósferas oscilan entre el orbe terrenal y el sideral, en un juego de correspondencias cargado de códigos simbólicos de alto contenido poético. Entre la realidad de este mundo y su irrealidad, lo corpóreo y lo espiritual se entretejen en una combinación de signos contradictorios y complementarios. La unión de los principios opuestos se lee en su pintura como metáfora de la plenitud del ser.
Laura Hernández pertenece a la generación intermedia de los artistas oaxaqueños contemporáneos. A los cinco años de edad se trasladó con su familia a la Ciudad de México, donde realizó sus estudios en La Esmeralda. De su tierra natal quedó impreso en su mente todo un repertorio de imágenes, colores, olores, sabores y vivencias que con el tiempo afloraron en su pintura. El contacto con sus orígenes se mantuvo vivo a través de los abuelos, en cuyo rancho pasaba las vacaciones cada año. Ahí se tejió su lazo con la naturaleza y con los animales, y conformó un rico bagaje de mitos y leyendas populares que han alimentado su imaginación. Su pasión porlas civilizaciones antiguas la ha llevado a explorar a fondo el universo prehispánico, cuya cosmogonía basada en el concepto de la dualidad ha sido tema constante de inspiración.
Laura vivió cerca de una década entre París y Amsterdam, con estancias intermitentes en el Norte de África, la India y el Sureste Asiático, especialmente Camboya. De todos estos parajes absorbió las enseñan7.35 de culturas milenarias cuya sabiduría filosófica ha enriquecido su potencial espiritual. La esencia pictórica de Laura Hernández está basada en los mitos universales que con fluyen en el sempiterno cuestionamiento existencial: la enigmática relación entre el ser humano y el cosmos que lo rodea.
Recientemente, su obra se presentó en la Galería Pablo Goebel Fine Arts y en este mes de junio la exposición viajará a San Francisco, California. Este trabajo se centra en la representación de la energía femenina a través de figuras emblemáticas que remiten a los orígenes primigenios: vírgenes y diosas alternan con Eva, Venus, Nut, Coatlicue y Shakti, musas sagradas y profanas que son madres del tiempo e hijas del cosmos. En el reino de la imaginación por el cual la artista cabalga a rienda suelta, los seres humanos y los animales se funden y se confunden en una naturaleza poderosa que los abraza y los cobija. Sus personajes ensimismados, en constante actitud contemplativa, aparecen en comunión con el mundo natural y en estrecha complicidad con la especie animal. Sus miradas se dirigen hacia lo más profundo de su interior para expresar, como lo sugerían los sabios mesoamericanos —los Tlamatinime— "el diálogo con su propio corazón".
En las pinturas de Laura Hernández reverbera el rumor quiero de los cuerpos voluptuosos del fuego de lo místico y de la pasión, que se entreveran en el acto amoroso con la naturaleza. Las mujeres aparecen coronadas por tocados de pájaros que simbolizan la libertad del pensamiento, o bien sus labios carnosos están conformados por la sutil silueta de un ave que representa la palabra en su esencia más pura y profunda: la poesía. Los peces y las caracolas —por su forma en espiral— son signos relativos al movimiento perpetuo —el interior, en el ser humano y el exterior, en el cosmos. Lo anterior se percibe en la pintura titulada Movimiento infinito, en la que se observa una parvada de aves entrelazadas en un dinámico torbellino espiral que parece no tener principio ni fin, como el universo mismo o como el ser humano que en ocasiones rebasa sus límites.
La espiral está ligada a las fases de la luna y es un glifo universal de la temporalidad. En rodas las culturas aparece esta figura cargada de significaciones simbólicas: representa, en suma, los ritmos repetidos de la vida, el carácter cíclico de la evolución. Desde tiempos tan remotos como el paleolítico es frecuente hallar signos en espiral sobre ciertas figuras femeninas marcando los puntos sexuales. En Generación, Laura Hernández utiliza la caracola como símbolo sexual en alusión a la vulva femenina, fuente del placer erótico y de la fecundidad.
Sus mujeres frondosas de piel morena como el barro bruñido representan, a la vez, la Madre Tierra y Venus, diosa del amor y reina de los placeres carnales. La imponente Yael, con sus senos turgentes, amplias caderas y cintura esbelta, ofrece su sexo abierto en forma de un alcatraz azul que simboliza la vía de acceso al cosmos, metáfora de un erotismo infinito. Shakti es un ejemplo de la fusión de tradiciones: la diosa hindú plasmada con rasgos indígenas evoca la energía de la figura femenina como un símbolo universal. En la mitología oriental, Shakti —figura emblemática de la naturaleza— encarna la representación del principio activo de la energía y uno de sus atributos es, precisamente, conciliar la energía femenina y la masculina, partiendo del tantrismo que sugiere que en el hombre hay una porción femenina y a la inversa, concepto aceptado hoy en día por la biología y la psicología.
La técnica pictórica merece especial atención. Su paleta destaca por un colorido fresco y brillante en el que predomina la gama de los azules que simbolizan diferentes atmósferas y estadios: el azul índigo representa el cosmos, el cobalto se asocia al tiempo y el celeste remite al agua, al viento y al espíritu. El trabajo de texturización es realmente sorprendente: la gruesa superficie trasluce un minucioso proceso de sobreposición de óleos y pigmentos; las ricas capas matéricas evocan geografías telúricas, mientras que las finas veladuras revelan atmósferas etéreas o acuáticas.
El arte de Laura Hernández es fusión de mitos y cosmogonías; de leyendas y realidades; de libido y de tierra; del ayer en el hoy y el hoy en el ayer expresados a través de una mirada caleidoscópica que arroja luces sobre el aspecto oscuro y el luminoso del mundo y del ser humano. La dualidad en su pintura enfatiza la importancia de la unión de los contrarios, lo masculino y lo femenino, asociados al Ying y al Yang, nociones inseparables de cuyo ritmo y alternancia depende la continuidad del universo.