Miguel Sabido
Revista Paris / México, Enero / Febrero 1993
Las antiguas, profundas culturas de la humanidad cada día están más asediadas por nuestra locura tecnológica y antiecológica. Computadoras, refrigeradores, microondas se vuelven los protagonistas de nuestras vidas mientras se desvanecen ante nuestros ojos los maravillosos ceremoniales hindúes. las fiestas mexicanas. El mundo se homologa. mediocrizándose y la humanidad se convierte en una enorme masa amorfa destructiva y poco respetuosa de la naturaleza, del espíritu y de los dioses.
Hay algunos creadores que quieren luchar contra ese terrible proceso. Uno de ellos es la oaxaqueña Laura Hernández. Como su coterráneo y amigo. Rufino Tamayo. Laura vuelve la vista hacia adentro, hacia los tres mil años de ininterrumpido fluir cultural de su tierra de pirámides. fuente de ceremonias secretas y de fiestas deslumbrantes. Tierra de misterio y profundidad. Tierra de María Sabina -otra hechicera como Laura- de moles de todos los colores y colores restallantes en todos los mercados.
Ese es el tesoro que Laura Hernández se empeña en salvar. Y lo logra. En sus enormes cuadros el misterio y el color de Oaxaca renacen gracias a las técnicas milenarias que ella ha rescatado. Gracias a esa mirada antigua y sonriente.
Como una majestuosa y bellísima diosa de la fecundidad prehispánica -Tonantzin o Xilonen- Laura pinta sonriendo y cantando. A veces la imagino con los ojos cerrados, convertida en un torrente interno como los de la sierra oaxaqueña. con un pincel en la mano que se convierte en espada y cetro dador de vida. Y de él brotan cataratas de colores, de poemas, de sonrisas, de misteriosos rituales y antiguos mitos redescubiertos. Ella les llama "cuadros". Yo, cajas fuertes, cajas de Pandora. Ríos de luz detenida en un instante de perfección.